La Solidaridad
La solidaridad nace del ser
humano y se dirige esencialmente al ser humano. La verdadera solidaridad,
aquella que está llamada a impulsar los verdaderos vientos de cambio que
favorezcan el desarrollo de los individuos y las naciones, está fundada
principalmente en la igualdad universal que une a todos los hombres. Esta
igualdad es una derivación directa e innegable de la verdadera dignidad del ser
humano, que pertenece a la realidad intrínseca de la persona, sin importar su
raza, edad, sexo, credo, nacionalidad o partido.
La solidaridad implica afecto: la fidelidad del amigo, la
comprensión del maltratado, el apoyo al perseguido, la apuesta por causas
impopulares o perdidas, todo eso puede no constituir propiamente un deber de
justicia, pero si es un deber de solidaridad.
La solidaridad debe
reflejarse en un compromiso
con el otro, con su dignidad, su libertad y su bienestar,
especialmente por lo que respecta a los más necesitados. Implica conservar
nuestra capacidad de indignación ante las injusticias y estar listos para
combatirlas, así como el compromiso con el respeto de los derechos de los
demás.
Asimismo, el valor de la
SOLIDARIDAD dispone el ánimo para actuar siempre con sentido de comunidad. La
persona solidaria sabe muy bien que su paso por el mundo constituye una
experiencia comunitaria y que, por tanto, las necesidades, dificultades y
sufrimientos de los demás no le pueden ser ajenos jamás. Quien es solidario
sabe que su propia satisfacción no puede construirse sobre el bienestar de los
demás, está consciente de que en cada hombre hay la posibilidad de sentirse
útil y realizado en todos los aspectos como persona.
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